OTRA
CENICIENTA
En este cuento no
nos situaremos en la gran casa de la madrastra, sino en la de al
lado...
Allí vivía la
prima de Cenicienta, llamada Fulgencia. Su aspecto no era muy
agradable, aunque hacía parecer que era una persona de confianza, y
por ello, Cenicienta gustaba en confiarle sus secretos.
Así, un día le
contó que un hada madrina se le había aparecido mientras ella
limpiaba. Le dijo que podría asistir al baile del que tanto hablaban
sus hermanastras, en el palacio real,siempre que no pasara de las
doce de la noche. Esa sería la hora en la que desaparecería toda la
magia, es decir: su vestido, su carroza y hasta los cocheros
volverían a ser pequeños ratoncitos.
Al oír esto,
Fulgencia quedó estupefacta. Ésta le tenía mucha envidia a
Cenicienta porque ella era guapa, bondadosa, servicial...y sin
embargo, ése, no era su caso.
La tarde antes del
baile hizo una pócima para convertirse físicamente en su prima, así
como una tarta de manzana envenenada que haría que Cenicienta se
desmayara. En la pócima echó: ojos de sapo, alas de mosca,
calcetines sucios, cera de los oídos de un ogro verde, un poco de
agua y sal para condimentar al gusto. Después la dejó reposar todo
el día...
A media noche cogió
su capa y se dirigió a la casa de al lado, es decir donde estaba
Cenicienta. Fue al cuarto de su prima y sigilosamente cambió el
pequeño trozo de tarta que le habían dado.
A la mañana siguiente Fulgencia esperó
pacientemente tras la ventana, para que en el momento oportuno
entrara y escondiera, en un armario, a la desmayada Cenicienta.
Llegó el momento en
el que su prima tomó la tarta, cayó redonda al suelo, entró, la
escondió y se fue.
Nadie se dio cuenta
de que Cenicienta faltaba, ya que no le hacían caso. Fulgencia
volvió a su casa, se tomó la pócima que anteriormente había
preparado y... ¡PLAF! Fulgencia era Cenicienta.
Se dirigió al
evento y allí bailó con el príncipe y fue la envidia de sus
supuestas hermanastras. Al sonar las doce en el reloj, salió
corriendo. Por las escaleras empezó a volver a ser ella. Los guantes
empezaron a hacerse grandes, por que sus verdaderas manos así lo
eran. Uno de ellos saltó, y cayó en el tercer escalón. El príncipe
lo recogió y lo guardó...
Pasados unos días,
éste ordenó a sus sirvientes que buscaran a la doncella que le
estuviera bien, que se casaría con ella.
Al llegar a casa de
Fulgencia vieron que era a la única que le cabía. Los sirvientes
salieron corriendo hacía el palacio y allí contaron lo sucedido.
Finalmente el príncipe decidió emprender un largo viaje..., para no
tener que casarse con la horrenda Fulgencia.
FIN
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